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Mind the Gap

Ernesto Lumbreras

Texto para la exposición Mind the Gap, 2008.

Bordar y tejer. Escribir y borrar. Ambas parejas de verbos en infinitivo anuncian una trama o, lo que es más o menos lo mismo, un texto: tejido, textil, pretexto, textualidad. Aunque bordar implique en lo esencial un trabajo en los bordes, en la periferia donde las fronteras balbucean tierras incógnitas o fantásticas; aunque, por supuesto, esos bellos encajes marginales también funcionan como un enmarcado que realza y transfigura la vida quieta y, a veces, no tanto, del personaje de la serie “Tres pañuelos”. En sus tres dimensiones, cada una de estas piezas pondera un nexo inocultable: una mujer serenamente insatisfecha; en su sino pero también en su zen, el hogar y la costura coexisten como legado histórico y cárcel de invención perfecta e inviolable. Las reminiscencias evocativas de esta impasible y desaforada calva, obra del ingenio sutilísimo y trasgresor de Mónica Álvarez Herrasti, pueden llevarnos a La cantante calva de Ionesco y a una figura del pop finisecular, la cantante irlandesa −ésta no calva sino rapada− Sinead O’Connor, no propiamente por sus canciones sino, básicamente, por sus insurrecciones mediáticas.

 

Tema y variación de esta exposición titulada Mind the gap, la mujer calva, serena, insatisfecha, desaforada aparece en las demás series. En “El bestiario de Erzsebeth” con fondo de mantel de rosas de Castilla bordadas, el personaje femenino es devorado por una zoología grotesca y disímbola; en todos estos cuadros, trátese del ajolote o del mandril, sobresale de sus respectivos hocicos voraces la cabeza  de la susodicha en trance de Nirvana o de mártir extasiada. Es válido, pues el aire de fábula −ora cruel, ora cómico- permite suponer un extraño parto y, por qué no, un vómito de la donna impasible. Pero claro, hay un texto, debajo de la iconografía bufa y crítica donde se consigna la carnicería, el nombre de la devorada y el menú pendenciero de los atributos y deshonras fisiológicas y sociales de la víctima reducida a bolo de bestia. Aparece entonces, sí, la escritura y el borroneo, la frase lapidaria −desde la ironía metafórica− que imagina, crea y anima y que después, taja, reduce, y elimina el ser y el estar del personaje protagónico.

 

Ajena a ideologías y, desde luego, a maniqueísmos genéricos, esta exposición de Mónica Álvarez ridiculiza sin piedad posiciones extremas: la idealización de ternura y abnegación de la mujer por una parte y la de la militancia intransigente y androfóbica en el extremo opuesto. Reconozco un guiño con la Denisse de Eko, ese cartón concupiscente que tuvo por algunos años el suplemento Sábado de unomásuno en la época de Huberto Batis; la calva o las calvas de estos cuadros –a veces también tatuadas y tasajeadas­− y la Denisse de Eko son, en ciertas genealogías, parientes de las heroínas del Marqués de Sade. La series “Cuatro muertas” y “Reconciliación” y la obra en formato mayor, Mind the gap, corroboran este linaje fársico y dionisíaco  con las creaturas paridas por la mente anticartesiana del autor de Justine.

 

Vistas en una probable y plausible progresión esta iconografía cobra movimiento y narratividad. Como las cajas “musicales” que completan esta muestra del trabajo reciente de Mónica Álvarez Herrasti, la exposición en su conjunto oculta bajo su apariencia una aventura sigilosa –Lezama Lima, dixit– capaz de procurarnos lecciones crepusculares y nocturnas en torno de aquello que los filósofos de antaño y ogaño han llamado, dubitativamente, como eterno femenino.

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